lunes, 1 de febrero de 2010

EL TRAPICHERO POETA





Castillo de Teayo, Ver.- Hoy es trapichero, su trapiche data de finales del siglo XIX. Él lo adquirió hace más de una década, cuando decidió dedicarse a extraer el jugo de la caña: Gilberto Rodríguez Meza, “don Gil”, quien es considerado por muchos en su pueblo un poeta innato. Con escasísimos estudios ha adoptado a la poesía como una forma de vivir y la ha mezclado con todo lo que le rodea y le causa una especial sensación en su ser: “Me gusta escribir, tengo la necesidad de escribir, quizá son tonterías, pero no me interesa”.
Don Gil nació el 8 de noviembre de 1925, muy joven fue presidente municipal de su pueblo, del cual está eternamente enamorado: “Castillo de Teayo siempre ha sido algo fabuloso para mí, un pueblo que si no fuera mío lo buscara hasta que lo encontrara, una cosa hermosa”. Sin embargo, añade, “es un pueblo triste, sin tener algo que le de vida, porque casi todos los muchachos se van y nos quedamos aquí solo los que tenemos un pedazo de tierra”.
El pueblo llamado Castillo de Teayo fue refundado varios sigilos después de su abandono: Los aztecas tenían ahí bases militares tras haber conquistado a los huastecos, y abandonaron el lugar para concentrarse en Tenochtitlan en la lucha contra los españoles. Dejaron, entre otros tesoros, una pirámide, alrededor de la cual se establecieron familias a medidos del siglo XIX, entre las cuales está la estirpe de don Gil.
LA EXTINTA SELVA HUASTECA
Don Gil fue testigo y formó parte de los que destruyeron la selva huasteca. Esa abundancia de flora y fauna que hace un siglo caracterizó la región y que a la fecha muy poco queda: “Yo cazaba animales, cortamos árboles, vivíamos hasta sin zapatos, pero contentos y felices. Para mí Castillo de Teayo es hermoso, pero ha cambiado, y aquel que vi cuando era muchacho era más hermoso, más bonito”, dijo.
“Antes había selva –continúa- y como a mí siempre me ha gustado la naturaleza, soy parte de la naturaleza, me abraza la naturaleza. Todo este escándalo de camiones, de coches, la misma gente ha cambiado a Castillo de Teayo, me gusta más el otro Castillo de Teayo, pero sigo queriéndolo igual, es precioso”.
Del pueblo mezclado con selva recuerda la preciosa ceiba: “Tan inmensa y grande que quisiera alcanzar el cielo. Esa ceiba, la quise mucho y tengo dos en mi ranchito y siempre que las veo me acuerdo de la historia, me acuerdo que allí, en una ceiba, colgaron a Cuahutemoc, allá por Centroamérica”.
En seguida rememora el final de uno de sus poemas titulado La ceiba y sus vecinos: “Al mirarte oh! Ceiba, desde acá del suelo, tus pájaros y nidos a mi mente traen, recuerdos de la historia de aquel pueblo, de un lago tinto en sangre, de águilas que caen”.
“ESCRIBO, NO IMPORTA QUE SEAN TONTERÍAS”
Continúa sin ser cuestionado: “Me ha gustado escribir, siento esa necesidad de escribir, y sigo escribiendo, quizá son tonterías, pero no me interesa darme a conocer, me conocen mis amigos, y soy feliz. He llegado a una edad avanzada y aquí estoy. No voy a que me de el gobierno como le da a muchos viejos como yo. ¡No voy porque me da pena ir a extender mi mano para que me den! Porque todavía gano algo para comer ¿Qué tanto necesita un viejo?”.
Con o sin la intensión don Gil está formando un acervo histórico de su pueblo y para su pueblo. Pues además de poemas, algunos inspirados en su querido Castillo de Teayo, ha escrito cuentos basados en los mitos que escuchó cuando era niño, con los que creció y que a la fecha ya no circulan entre la juventud, o muy escasamente, “es que antes nos poníamos a platicar –dijo-, no había televisión y muchas más cosas, pero era una cosa ¡más bonita, más hermosa!”.
Al respecto expone el mito -que ya plasmó en un cuento- llamado El cerro de la mula: “Se decía que de ese cerro se bajaba una mula ensillada y agarraba toda la calle Huahuchinango, y llegaba frente a la pirámide y desaparecía. Había el mito de que la pirámide tenía un túnel y que por ahí regresaba la mula y eso lo describo como puedo en el cuento”.
Añadió: “Yo alcance a recibir ese mito dentro de mí cuando niño, mito que fue desapareciendo poco a poco y ahí trato de revivirlo, pero eso se queda para mis amigos nada más, para recuerdos”.
Tras más pláticas del pueblo prehispánico que lo vio nacer, de su historia, sus mitos, gracias y desgracias lanzó: “Como quisiera volver a vivir los tiempos idos, con los sentidos dormidos y solamente ser por ser, y ser pájaro que canta en la rama que levanta el viento al amanecer, o libélula en viruta navegando en el estanque, contemplando a cada instante el arder en su fruta, y gritar y reír a carcajadas, no saber si soy algo, o no soy nada, en el hondo misterio que se oculta”.
EL POETA INNATO
Como todo creador, don Gil a la fecha escribe algo que ha nombrado Mi otro yo, que recoge sucesos de su vida que incluso pudieron haberle ocasionado la muerte, y sin embargo por alguna especial o “milagrosa” razón terminaba librando el embate.
“Escribo para dejar unas cositas mías, humildemente, porque no fui ni a la escuela”, revela al son de una carcajada.
“Pero cuando descubrí lo que era el saber, lo que eran los libros, me entró una locura por saber más, y leí algo, pero tenía tanto trabajo –en el campo y con las vacas y caballos- que no pude leer tanto como hubiera querido, ó hubiera a prendido a tocar un instrumento de música, la música me embarga, hubiera comenzado a escribir canciones, pero de todos modos, eso es pensar que lo que pudiste haber hecho, si no lo hiciste pues ya”, dijo resignado.
Sin embargo, añadió orgulloso, “soy feliz, estoy encantado de la vida y aquí vengo todos los días a vender aguamiel. Mi trapiche tiene su fecha plasmada, 1881”.
Tras recitar poemas, rememorar historias, narrar parte de su vida hubo un silencio… y le vino a la mente su madre, Josefa Meza: “Bellísima mujer, encantadora. Ella, precisamente, cuando andaba muy sucio me decía ‘hijo pareces trapichero, mira cómo andas’, y ahora me ha de ver desde allá arriba la viejita y ha de decir ‘terminaste de trapichero’”, concluyó con rostro satisfecho.




Publicado en www.imagendelgolfo.com.mx el 23 de enero de 2010
y en Imagen de Veracruz el 24 de enero