A mi bisabuela, las deidades africanas, cubanas y huastecas
Tuve una fijación en ese tablón abandonado, y en uno de esos días de desesperación por tener pocos muebles en casa, le propuse a Francisco que lo lleváramos con don Anselmo, el carpintero, para que lo convirtiera en repisa.
Fue su madre la que terminó haciendo tal empresa y cuando me di cuenta, el tablón ya estaba entre nosotros, colocado en la pared de manera horizontal, con la superficie cepillada y encerada, sostenido por un par de ménsulas igualmente de cedro.
Esa repisa experimentó con nosotros la primera, segunda y tercera mudanza, hacia lo que ahora es nuestra casa, una rústica, vieja y apolillada troje.
Ahí está, en una esquina, casi a la altura del tapanco. Es el espacio de Nimba, Elegua, Teem, una caracola de mar y mamá Cari.
Procuramos tenerlo siempre con flores y en una que otra ocasión lo iluminamos con una vela.
La que fue nuestra vecina no sabe qué fin tuvo uno de sus tablones, y no imaginé que se trataba del altar para nuestros dioses y diosas.